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miércoles, 5 de julio de 2017

EN DEFENSA DE LOS ANIMALES (II) de JORGE RIECHMANN




Todos los más antiguos relatos sobre San Francisco son unánimes en afirmar “la amigable unión que establecía con todas las cosas”. El más antiguo de sus biógrafos, Tomás de Celano (1229), atestigua: “Llenábase de inefable gozo cuantas veces miraba el sol, o contemplaba la luna, o dirigía su vista a las estrellas y al firmamento… ¿Quién se puede figurar la alegría desbordante de su espíritu al contemplar la lozanía de las flores y la variadísima constitución de su hermosura, así como la percepción de la fragancia de sus aromas? Cuando daba con multitud de flores, predicábales como si estuvieran dotadas de inteligencia, y las invitaba a alabar al Señor. Asimismo convidaba con tiernísima y conmovedora sencillez al amor divino y exhortaba a la gratitud a los trigos y a los viñedos, a las piedras y a las selvas; a las llanuras del campo, a las corrientes de los ríos, a la ufanía de los huertos, a la tierra y al fuego, al aire y al viento. Finalmente, daba el dulce nombre de hermanas a todas las criaturas, de quienes, por modo maravilloso y de todos desconocido, adivinaba los secretos como quien goza ya de la libertad y la gloria de los hijos de Dios”.
        Todo el universo de San Francisco está rodeado de infinita ternura y de “tiernísimo afecto y devoción por todas las cosas”; “se sentía arrastrado hacia ellas con un singular y entrañable amor”. Por eso andaba con reverencia sobre las piedras, en atención Aquel que a sí mismo se llamó piedra angular; recogía los gusanos de los caminos, a fin de que no los pisaran los hombres; en invierno daba miel y vino a las abejas para que no murieran de frío y de escasez.
        Se trasluce aquí un modo distinto de estar-en-el-mundo ya no sobre las cosas, sino junto a ellas, como hermanos y hermanas en una misma casa. Sus propias angustias y dolores “no las conocía con el nombre de penas, sino con el de hermanas”. La propia muerte era para él amiga y hermana. Por eso el mundo franciscano está lleno de magia, de reverencia y de respeto. No es un universo muerto e inanimado; las cosas no están ahí simplemente al alcance de la posesiva mano del hombre, ni meramente yuxtapuestas unas junto a otras, sino que son algo animado y personalizado, tienen lazos de consanguinidad con el ser humano, con-viven en una misma casa paterna. Y puesto que son hermanas, no se las debe violar, sino que deben ser respetadas. De ahí que San Francisco, de un modo sorprendente pero consecuente, prohibiera a los hermanos cortar los árboles de raíz, porque tenía la esperanza de que pudieran brotar de nuevo. Mandaba a los jardineros que dejaran siempre un rincón del jardín sin cultivar, para que en él pudieran crecer todas las hierbas, incluidas las malas, porque también ellas “anuncian al hermosísimo Padre de todos los seres”.[2]
Leonardo BOFF en 1981
sobre FRANCISCO DE ASÍS (aprox. 1181-1226)




[1] El Corán (edición de Juan Vernet), Planeta, Barcelona 1983, p. 268-269.
[2] Leonardo Boff, San Francisco de Asís: ternura y vigor, Sal Terrae, Santander 1982, p. 59-60.


Jorge Riechmann. En defensa de los animales. Ed. de la Catarata, 2017

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