documentos de pensamiento radical

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domingo, 18 de septiembre de 2016

2 poemas de CAJA DE RESISTENCIA de JUAN LEYVA




EL CORTE DE PELO
Ayer estuve en el Corte Inglés, un lugar que acoge a los cuerpos en siete plantas y tres sótanos.
Estuve paseando y preguntándome por qué Dios no me ha hecho del Barça o del Real Madrid. Estuve con un señor que estaba ilusionado desde hacía dos días con un partido, y no tenía otra cosa en la cabeza, y era feliz, o disimulaba muy bien su vacío. Estaba contento de sí mismo, de lo que piensa, o de lo que deja de pensar.
Y yo me fui al Corte Inglés. Me dirigí a la peluquería y pregunté si me podían cortar el pelo, sin mucha convicción. La chica joven consultó un cuadrante con nombres y me dijo que si.
Apareció otra chica joven y me lavó la cabeza mientras me preguntaba si el agua estaba bien. Interpretó una melodía en mis sienes con sus dedos. Yo calculaba que eso tiene un precio, pero no me importaba. Mi cabeza, descuidada y rota por dentro, mi cabeza que cambia de vida cuando enciendo su relámpago, ahora entregada a unas manos milagrosas.
Me invitó a que la siguiera, y lo hice. Podía haber estado dos días caminando tras ella, pasando por pasillos con luz fría y barata.
"¿cómo quiere que se lo corte?"
No sé, he venido aquí porque estaba aburrido, y el pelo y las uñas es lo único que le crecen a los muertos. He venido porque en las catedrales hay ocupas de la fe, en los bares ocupas del fútbol, en las librerías, libros de autoayuda, y no quiero que me ayude gente que me cobra. He venido porque llevo caminando toda la tarde, intentando que alguien revise mi cabeza, una ITV, un taller exprés.
La joven peluquera apoyaba su vientre en el reposabrazos, muy cerca de mi codo, sus manos olían a humedad y a alga marina. Me hablaba de lo que se habla a un cliente enfermo de normalidad. Yo intentaba evitar mirarme en el espejo, no me gustan los espejos, ni lo que veo en ellos. Le pregunté cosas: cuántas cabezas toca al día, si puede leerlas a través de las yemas de los dedos, qué hacen con todos esos pelos que barren, ¿es cierto que los venden a las fábricas de muñecas?.
Me cortó el pelo. Un poco, descargar le llaman en el argot.
Y me fui otra vez a las plantas de mercancías, a los sótanos, a los váteres donde siempre hay alguien que quiere vértela. A la salida, donde espero que suene la alarma, a la calle, con esa gente que tiene la cabeza sobre los hombros, el cuerpo destrozado de caricias, los labios llenos de sal de cacahuete, las ilusiones parecidas a una película de Walt Disney o Pixar.
Está paseando el extraño, con el pelo cortado y un dolor insoportable. Cuanto más bella, más duele la vida, y las nuevas generaciones, cada vez más altas, más hermosas, más lejanas. Rodeado de primavera irrespirable, polinizando los segundos.
Está paseando el que parece que pasea, pero está enterrándose entre vosotros, mezclando su vida con vuestra vida, su respiración con esa invasión de cuerpos, de perfumes, de gasolina.
Estuve a punto de meterme en el Hamburgo's y meterme tres hamburguesas y mancharme de mostaza y ketchup, y sonreír a la servilleta y a los que miran por el cristal del pasaje, y llorar sobre el plato, dejarme caer con la boca torcida sobre el pan con doble de queso. Cada dos raciones, bebida gratis.
Estuve a punto de llamarte, pero ya lo he hecho alguna vez y siempre tienes planes, te rodeas de planes como si fueras el centro histórico de Madrid, o de Estambul. Te rodeas de gente, de actividades, de viajes, de quehaceres inaplazables. Te obligas a ser feliz, a llenarte.
No te llamé, en su lugar me corté el pelo.

***

NO ABRIMOS EL DOMINGO




Ayer estuve de compras. Compras de clase media, o de gente sin clase.

Dos días sin comercio es irresistible.
Fui a certificar una carta y estuve media hora esperando. Observé la composición de la fila. Todas las clases sociales, todos los colores, podríamos haber decidido derribar el sistema, cualquier sistema, especialmente el de la espera sin hablarnos.
Miraba como desaparecían las escaleras mecánicas y se tragaban a la gente que transportaban; aparecían en otra planta, o en otro paraíso.
Parejas dándose un beso, ancianos oliendo a esa colonia de residencia, metrosexuales con urgencia por exhibir las duras jornadas de gimnasio.
Las escaleras se lo tragaban todo; empezaban por los pies y las personas parecían sobres, todos plegados apareciendo allí donde no había gente suficiente de sus características.
O humo, o niebla espiritual.
No pude evitar la tentación y cogí unas bolas para el inodoro: Bref WC poder activo.
Son de colores, estuve comparándolas con otros sistemas baratos, de color azul o verde, que se veía a simple vista que resultaban un fraude.
Coloqué en casa las bolitas azules y verdes y estuve apretando la cisterna un buen rato (modo económico). Contemplé la espuma y el olor del bosque de coníferas.
Observé como giraban con la caída del impulso acuático, y esa fuerza motriz, provocaba la espuma, que no era sino descomposición física.
Me pareció poético, y limpio. Aunque fuera artificial.
Me senté en el inodoro con la tapa cerrada, como si fuera una Harley Davidson, y apreté a fondo los dos pulsadores. Sentí como si recorriese el corazón verde de Europa, sus bosques llenos de cadáveres de guerras sangrientas. Sus tabernas con delincuentes y posaderas normandas. Sus carreteras sinuosas donde alguien puede aparecer en una curva, con un hacha clavada en la cabeza.
Me impresionaron esas bolitas de colores. Quería comérmelas, como cuando de niño quería comerme la goma de borrar con olor a nata o el pegamento, y beberme la gasolina, o el aguarrás.
Me senté en una hamaca de terraza, e imaginé unas vistas limpias, como si me abrazara una madre.
Una dependienta me preguntó algo y quise casarme con ella; una boda sencilla, de juzgado y merendero. Compartiríamos las bolitas Bref WC con poder activo, y nos comerían las escaleras mecánicas en tardes libres. Haríamos el amor de vez en cuando, como algo sano y deportivo, riéndonos de las cosas que nos faltan y nos sobran. Gozando de no saber quiénes somos.
Permaneceríamos desnudos, hablando sobre los nuevos sistemas para subir la persiana de lamas, y de ahí pasaríamos a Philip Roth, o Kenneth Cook.
Todas las mañanas le besaría los pies, y le diría al oído algo que le haría bajar las escaleras sonriendo.
Le esperaría a la salida, por la puerta de empleados, y le rendiría cuentas del tiempo que no existe sin ella.
Nos sentaríamos en el paseo central y veríamos como la gente obedece a los colores del semáforo.
Yo llevaría su bolsa con ropa sucia, y la besaría antes de meterla en la lavadora Lynx, de marca casi blanca, con un servicio posventa pésimo.
Esperaría a la cantante de orquesta de pueblo, en su madrugada agotadora.
Esperaría a la pasante, trabajando gratis para el abogado situado.
Esperaría a la que sale de un cine, esperando vivir algo de eso que ha visto, o lo contrario.
Esperaría a las bandadas de empleadas de las multinacionales, saliendo como si el nido estuviera ardiendo.
Esperaría a la que ha trabajado su último día en la óptica, y me graduaría la vista ante sus lágrimas.
Esperaría a la que sale de su casa, intentando olvidar la discusión sin que se corra el lápiz de ojos.
Esperaría a la que siempre espera, a la que nunca llega, a la que no me canso de imaginar.
Esperaría a la que ya no sabe qué será de su futuro, y me cogería del brazo con fuerza, y sus dedos clavándose en mi carne, traspasando la camiseta me dirían: ¡no me dejes! Mientras nada parece indicar que ocurre algo importante.
 


 Juan Leyva. Caja de resistencia. Ed. Algaida. 2015

1 comentario:

  1. Dicen que... Pero bah, es igual... creo que yo también voy a "descargarme" el pelo.

    (es curioso, decimos "comunicando" cuando llamamos por teléfono y nadie lo descuelga...)

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